Hace 35 años mi madre lloró abundantemente, mezcla de dolor y alegría, yo estaba naciendo. Su llanto se confundió con el mío, fue la primera vez que lloramos juntos, la primera de muchas veces, abrazados el uno al otro. Cerca de su pecho encontré consuelo, me fui calmando de a poquito, me acostumbré al olor de su piel, de su leche, de sus besos y de su aliento, con ella aprendí a vivir la vida, a vivir en familia, a vivir también mi propia vida.
Alguien me preguntó si tenía temores, no supe que responderle, mi mente divagó por unos cuantos segundos, preferí omitir y esquivar la pregunta con un buen chiste. Pero en mi interior la respuesta fue innata, si tengo temores como todos los tenemos, pero no me dejo dominar por ninguno. Alguien me preguntó si me sentía solo, mi respuesta fue "a veces", pero hubo un tiempo donde nunca me sentí solo.
Vivo en un piso 13 con vista a la Cordillera, amo este lugar como si lo hubiera construido con mis propias manos. Aquí me siento más que seguro, es mi espacio, mi hogar propio. Aquí viví los momentos más felices de mi vida adulta, aquí también viví lo peor de mis amarguras. Aquí disfrute toda la adrenalina de aquel famoso terremoto (me gustan los temblores)
Me hace feliz las cosas sencillas, abrazar a mis sobrinos, ver con salud a mis padres, compartir con la gente que amo, cuando alguien me bendice, subir el cerro en bici los fines de semana. Me gusta la ciudad donde vivo, para mí se llama Santiago y no Santiasco como muchos le dicen. Me gusta su cordillera, sus grandes edificios, me gusta mi barrio. Disfruto Santiago cada vez que lo veo desde la cima del cerro, me gusta el San Cristóbal.
Hoy cumplo 35 años, quizás estoy en la mitad del recorrido. En estos muchos años he ganado y he perdido, pero eso no me quita el sueño, gana y pierde solo aquel que algo ha tenido. Confieso que si tengo temores y por ellos a veces me desvelo, el peor de todos es que un día cualquiera sin haber aún envejecido, una voz me diga tu tiempo se ha ido.