domingo, 11 de marzo de 2012

...siempre habrá alguien que nos espera


Dudó hasta el último minuto si subir o no al tren, la máquina estaba a punto de partir y él aferrado a su pequeño maletín, inmóvil, ordenaba sus pensamientos. No había tomado ese tren en años, los recuerdos de la infancia y juventud estaban frescos en su mente, el destino y su propia necesidad lo hacían otra vez retornar a esa tierra, a la casa que lo vio nacer, que lo educó y que le dio toda aquella fortuna ya diluida entre sus manos.

Había recorrido casi todo el mundo, el trabajo de campo nunca le agradó. Yo soy urbano, se decía, y en cuanto pueda tomaré lo mío, cruzaré este campo, montes y el mar en busca de mi propio destino. Su destino fue un sin fin de lugares donde el ocio y la diversión eran lema, la buena vida lo había acompañado hasta esos días, buena vida que se llevó toda su fortuna, fortuna que su padre adoptivo le había dado para que no le faltara nada en su viaje.

El pitazo final del maquinista lo obligó a moverse hasta el tren, sus piernas temblorosas buscaron su asiento, justo frente a un anciano de blanca cabeza, sus profundos surcos en el rostro alimentaron la idea que estaba frente a un hombre que ya había vivido todo en la vida, y sus ojos serenos lo hicieron sentirse en confianza, ojos profundos como los de su padre, a quien anhelaba ver al cabo de un día completo de viaje.

Se sentó, respiró hondo y se dejó arrastrar a la última etapa, había comenzado su regreso desde hace meses cuando se embarcó como un polizonte en un barco mercantil, luego un largo viaje por tierra lo llevó de ciudad en ciudad, de frontera en frontera hasta llegar a esa vieja estación que tan solo estaba a un día de su anhelada casa. Cuando se fue lejos, tenía una seguridad y decisión única que lo hicieron emprender rápidamente el vuelo, olvidándose de los suyos, de sus amigos, de sus raíces y por sobre todo de su padre. Esforzado hombre reconocido en la región que no se casó nunca, pero que sin embargo le había criado a él como a su propio hijo, dándole siempre su cariño, su cuidado extremo y su apellido.

El día que partió no le importó el llanto de aquel viejo, -“Que harás lejos de mí, hijo mío. Yo te necesito cerca, eres la razón por la que vivo. No hagas sufrir a este viejo de esta manera”-. Ni tú ni nadie papá me harán quedarme! había sido su respuesta y sin volver su mirada atrás emprendió su viaje sin retorno, menospreciando el cariño del viejo que le había dado todo en la vida.

Usted no es de esta región le dijo el anciano frente a él, interrumpiendo sus pensamientos, jamás le he visto por acá ni su cara me es conocida. La profundidad y ternura de su mirada lo hizo sonreír y fue nexo suficiente para comenzar a vaciar su alma, hablarle al fin a alguien de quién era realmente, por que se había ido, y las razones que lo obligaron a volver. - Su padre como dice usted, es un hombre de mucha fama por aquí, y siempre supe del hijo que se había marchado. Dicen que desde ese día el viejo nunca más sonrío, de seguro estará muy contento de tenerte de vuelta, es un hombre anciano ya, tu compañía volverá a hacerle reír

No tengo claro si mi padre me aceptará de vuelta señor, le dijo al anciano. Al irme menosprecié su cariño, ignoré su entrega, ofendí su dignidad, y con ello me llevé parte de su vida y malgasté toda mi fortuna. En mi vida he hecho muchas cosas de las cuales arrepentirme, no he sido la mejor persona, la vergüenza ha sido mi mejor compañera, y créame que no estoy seguro, que el hombre a quién menosprecié y abandone a su suerte, sin siquiera escribirle por casi 20 años, sea capaz de tan solo perdonarme y abrirme otra vez sus brazos. Creo que quizás él no quiere saber de mí, al fin y al cabo, yo le dije hace años que no lo necesitaba, que podía vivir una vida de éxitos sin él y me marche a pesar de todas sus lágrimas.

Complejo escenario es el que usted vive, le dijo el anciano. Pero créame que podrá perderse el contacto y la comunión, pero nunca perderá en esencia la relación suya con él, él es su padre y usted su hijo. Vaya sin temor y si no tiene suerte, continúe 10 millas más de camino, yo puedo a usted darle por un tiempo, techo y comida, hasta que sepa que hará de su vida. Hizo un gesto de gratitud con su rostro y guardo por mucho tiempo silencio.

La noche en el tren fue extremadamente agotadora, los nervios y la ansiedad no lo dejaron dormir, había algo más que lo inquietaba y que no le había confesado al anciano que lo acompañaba. - Sabe qué?, le dijo al señor, yo le escribí a mi padre hace 3 meses, diciéndole que volvía a casa. Nunca antes le había hecho una carta, le pedí perdón por todo lo vivido, por lo que lo hice sufrir, por la desolación que sintió en mi ausencia y por toda la preocupación que de seguro vivió por mí todos estos años. También le pedí a mi padre una cosa, hay un árbol grande que se ve desde lejos en la hacienda, le dije que si tan solo yo tenía una oportunidad de ser perdonado por él, pusiera en la punta de ese árbol un pedazo de tela blanco para yo verle desde el tren. Es esa la señal que espero de su perdón, si esa tela no está al momento que pase el tren por frente de su hacienda, yo seguiré mi camino, no se hacia donde iré, solo se que ya su casa no es mi hogar. Y le pido un favor más señor, no sería capaz de mirar a la hacienda de mi padre y darme cuenta que el árbol está vacío, no soy capaz de levantar la vista, por favor mire usted por mí, y dígame así tan afable como hasta ahora ha sido que es lo que ve a lo lejos, cuando pasemos cerca de casa.

El tren avanzó en su camino y ya cerca del medio día llegó a la tierra de su padre, ya su hacienda a lo lejos se divisaba y puso su cabeza entre sus rodillas y le reiteró al viejo, por favor miré usted si logra divisar la señal de la tela en el árbol, es el más grande, justo en la cima de una pequeña colina. El tren siguió su camino y el anciano se vuelve a hacia él para decirle: “Joven, no hay ninguna tela blanca en la rama del árbol, sino más bien todo el árbol entero parece haber sido vestido de blanco y a un costado veo a un anciano con dos telas en sus manos saltando y moviéndolas en dirección de la línea férrea. Levanta tu cabeza, tu padre te está esperando”

Una historia similar a esta es la narrada por Jesús en Lucas 15:11-32. Habla de un hijo que exige la porción de su herencia, se va lejos, desperdicia sus bienes viviendo perdidamente, y cuando se da cuenta que lo ha malgastado todo vuelve a su padre a pedir perdón. Al verle su padre de lejos se conmueve su corazón y corre hacia él, se echa sobre su cuello y le besa, y da la siguiente orden: Saquen el mejor vestido y vístanlo, pongan en su dedo un anillo, maten animales, comamos y hagamos fiesta, porque este mi hijo, muerte era y ha revivido, se había perdido y ha sido hallado.

No importa cuando ni como, muchas veces sentimos que hemos perdimos el rumbo en la vida. Entonces es el momento de reflexionar y buscar el camino de regreso a casa. No es fácil hacerlo, se requiere valentía y entereza, sin embargo es bueno saber como aliciente, que en nuestro verdadero hogar siempre habrá alguien que nos espera.

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